En resumidas cuentas, no nos queda bencina ni para clausurar esto.

Pasaron siete años y estamos igual como empezamos: putos y drogadictos. No están los ánimos ni para agradecer, repito: no queda bencina.

No nos quisimos vender, fuimos putos.
Nos gustó la música, fuimos drogadictos.

Cerramos por fuera y olvidamos donde quedó la llave.
Hasta nunca.

Ya es hora de una retrospectiva del circuito musical porteño. Es hora de un almuerzo o una cena (o quizás solo una tomatera juvenil) para ponerse al día y recordar los nombres de todos los nacidos, aparecidos y caídos en las últimas décadas de la música porteña.

Como La Ultima Papita, llevamos 20 años de silencioso trabajo, desde el día que compramos ese disco de Parkinson en la disquería Pentagrama, en Villa Alemana. 18 años desde que sonara por primera vez el «Hogar Dulce Hogar» de Machuca en el equipo de radio de nuestros padres. Éramos unos niños, el rock chileno estaba en su apogeo, detestábamos a Los Jaivas y a Inti-Illimani (¡cuán poco sabíamos!).

Un sábado a media tarde, una sobremesa existencialista con la familia, se acabó la casata y cada uno parte en direcciones desconocidas. Me siento frente al computador, pongo play en el primer video de youtube compartido en facebook que encuentro, se trata de Orgy con Platinum y lo comparte el cerebro del grupo Mercali Valpso

Es que ya es tarde duele no te voy a mentir es tiempo de partir lo que no mata hace más fuerte como dicen por ahí it’s my destiny.

Aunque te sepulten con tu familia en el fondo uno nace solo y muere solo.

Frase para el oro.

Ayer me dormí temprano pensando en escribir esta reseña. Mentira, me quedé dormido escuchando a Chilly Gonzales, un pianista que podría haber nacido en Concepción o en Quilpué o bien en Cerro Toro y pasar desapercibido toda su vida, en cambio nació en Canadá y pasó desapercibido hasta más o menos el año 2000, cuando empezó a editar muy buenos discos y yastá. El asunto es que esto también es mentira (lo de dormir escuchando a Gonzales), pero sí soñé con un yo parecido a mí que tocaba piano muy parecido a Gonzales, mezclaba canciones y piano clásico, me hacía el virtuoso y le pegaba combos a las teclas cuando me enojaba. Bello sueño que terminó conmigo repitiendo compulsivamente una melodía creada en el sueño, una maravilla musical que sabía que no podría salir de allí, puesto que no tengo ningún tipo de conocimiento musical.

Como complemento a este invierno musical que ya se inició con los Temporales Musicales, y que culminará con Rock Carnaza, siete jóvenes promesas del canto popular darán vida al primer ciclo de “Canto Atemporal, nuevas voces a buen puerto”, instancia en la que cada artista compartirá los pasajes más importantes de su trabajo.

Las últimas semanas hemos estado bombardeados con noticias de las primarias, de fiestas democráticas, de candidatos levantando la voz o agachando el moño, de tomas en colegios y en universidades, de asambleas constituyentes y de falsos indignados de cuello y corbata. En el desalojo de una de esas tomas había un oportunista muy bien situado con una cámara y tuvo el atinado impulso de filmar todo el proceso. Vi el documento que fue difundido libremente por las redes sociales y lo que más me llamó la atención fue una música que acompañaba casi la mitad del registro, o esa sensación me quedó. Esperé los créditos y allí apareció. Se trataba de un músico que alguna vez había escuchado y visto en algunos videos, pero que no me llamó la atención especialmente. Como sea, me puse a ver videos de este joven músico llamado Luis Faúndez y en un canal pillé a Leri Lira.

Tras años de ausencia en este mundo hoy intento volver a incorporarme y acostumbrarme al oxígeno terrestre, un poco mareado, dormido y desorientado, pero receptivo a lo nuevo que ha llegado.

Recuerdo el primer libro que robé, fue en el colegio, quise robar un libro de Herman Hesse (cualquiera, era el primero y sabía que cualquiera sería un excelente botìn) y sin querer saqué un ejemplar de Teoría del conocimiento, de Hessen. Quizás así comienza mi historia de lector, una historia teñida de errores y robos.

Merecemos saber de qué estamos hechos
¿Somos solo carne y pensamientos? ¿Somos ideales rodeados de mentiras? ¿Somos una fiesta que camina o somos un descanso entre dos muertes?

Mil cincuenta y siete días desde el hola.

Veintiocho de abril del dosmiltrece, me encuentro en Curicó, tierra de campeones, a la espera del concierto íntimo que Angelo Escobar dará en una casa de uno de los ciento cuarenta y un mil diecisiete habitantes de la ciudad. Claro, esa cifra podría no ser exacta. A la cita también acudirá Jimena Valenzuela, cantautora de la zona, a quien conocimos hace dos años en una semana de carrete de acabo de mundo en la quinta región.

Hora de llegada: diecinueve cincuenta y cinco, no vaya a ser cosa de quedar fuera del límite de treinta personas que admite el recinto. Me recibe una